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La memoria de la tierra

  • Foto del escritor: Ignacio Ortiz
    Ignacio Ortiz
  • 2 dic 2024
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 3 ene

Dos personajes capaces de recordar todo en la obra de Borges y de Apichatpong Weerasethakul.



Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el mundo abarrotado de Funes no había sino detalles casi inmediatos. Jorge Luis Borges

Comenzar con una cita de Borges no es un capricho porque en sus aforismos hay una cantidad inmensa de ideas comprimidas. En este caso, es una reflexión que él genera a propósito de Funes el memorioso, del libro Ficciones.


En este cuento bipartito, debido a la primera y luego a la segunda visita del protagonista, hay sólo dos personajes que hablan y nos permiten reflexionar sobre la memoria, el tiempo y el lenguaje. 


Ireneo Funes es un muchacho que tiene la particular condición, tras un accidente ocurrido entre la primera y la segunda visita, de recordar todo con detalle microscópico, al punto de poder precisar la diferencia que genera en una silla el cambio de iluminación por cuestiones temporales o climáticas; consecuentemente su prodigiosa mente no puede concebir la idea de que se nombre a una silla de la misma forma todo el tiempo, porque su memoria radica en las características más efímeras de los objetos.


Borges reflexiona sobre la naturaleza del lenguaje a partir de la condición de este nominalista extremo, que lo que tiene es una memoria infalible para los mínimos detalles, sin embargo, esta capacidad lo ha vetado para siempre del pensamiento. ¿Por qué? Porque si un animal tiene cuatro patas, una cola, dos orejas y dice Guau entendemos que se trata de un perro, pero ese proceso semiótico donde el significante y la construcción verbal arbitraria perro corresponde con un significado, que es el cuadrúpedo en cuestión, la imagen que generamos es un canino que representa a todos al mismo tiempo. Ese proceso no puede ser cumplido por la mente de Funes, debido a su incapacidad para abstraerse porque tiene una mente prodigiosa en precisiones.


Apichatpong “Joe” Weerasethakul estrenó en 2021 una de las experiencias cinematográficas más ilustrativas de sus postulados formales y discursivos. En ella pone sobre la mesa algunas de sus preocupaciones y sensibilidades de toda su obra: la memoria, el trabajo sobre el tiempo contemplativo, la experimentación narrativa y dramatúrgica, la textura y la desaparición y aparición de personajes.



Y entre los personajes desaparecidos y aparecidos se encuentra Hernán, una reimaginación de Funes, el memorioso, quien tiene varias condiciones en común y algunas diferencias con el personaje borgesiano. La primera diferencia de ellos radica en que la condición de sus memorias infalibles se utilizan para cosas distintas y generan diferentes reflexiones: Funes recuerda todo y busca crear un sistema lingüístico que logre encapsular esa individualidad; Hernán recuerda con precisión hechos del pasado, de forma tal que vive en la eterna resurrección de la historia violenta de su país. Segunda diferencia: dentro de sus respectivos mundos, Funes ha demostrado que es incapaz de pensar, Hernán, de soñar, lo que hace a ninguno de ellos capaz de lo otro, es decir, son dos afirmaciones que pueden fácilmente compenetrarse; si Funes no puede pensar, sería lógico que no pudiera soñar debido a la imposibilidad para su mente de trabajar en un área simbólica, por lo que conjeturo que los sueños de Funes deben ser imágenes del pasado o un enfrentamiento contra la nada misma; Hernán, si no puede soñar, su subconsciente debe haber sido vetado, y en su consciencia plena, el pensamiento y la abstracción lógicamente habrían desaparecido, debido a que no puede abstraerse de los hechos del pasado. Una cosa que tienen ambos en común, es lo que hacen para hacerle frente a esta problemática memoria: el aislamiento. En el caso de Funes es porque no se puede mover; en el de Hernán es una decisión propia. Y otra cosa que tienen en común es su relación con el protagonista de la historia, un personaje que siente simpatía o pena por su condición, pero que también reflexiona sobre la memoria.


Apichatpong abandonó su patria, Tailandia, tras varios exitosos largometrajes y se internó en un espacio que él no conocía pero en el que se sintió extrañamente acogido: Colombia. En el fue lentamente descubriendo el pasado violento del país, al igual que Jessica, protagonista de Memoria. Sin embargo, más apropiado sería decir que redescubre el pasado, ya que es interesante el parecido de Colombia con Tailandia en su coyuntura política, social, económica, pero también histórica e incluso climática. El viaje del realizador y su conexión con los espacios que visita demuestran su profunda empatía, que le permite reflexionar sobre la condición de su patria desde un lugar completamente nuevo por estos elementos que tienen en común. La lucidez de los postulados de Apichatpong comienzan en la relación que plantea entre Jessica y Hernán, este, un personaje que no puede separarse de la precisión histórica como para actuar; y aquella, con la capacidad para comprenderla a través de su empatía. 


La escena de apertura de Memoria es una secuencia resumida en dos planos. En el primero, Jessica despierta tras escuchar un sonido inexplicable que, en palabras de ella, “es como un golpe desde el fondo de La Tierra”; en la segunda, las consecuencias del mismo estruendo inexplicable hacen sonar las alarmas de unos vehículos estacionados. Lo importante de la descripción del sonido es que le devuelve su materialidad, es decir que a través del lenguaje intenta darle una forma a un sonido, que como tal carece de forma. La naturaleza del sonido proviene de los objetos.



El estruendo aparece en momentos puntuales de la película, no obstante, carecen de explicaciones lógicas en varias ocasiones, por ejemplo cuando se escucha en el centro de Bogotá y un hombre se tira al suelo. La condición de Jessica la lleva a buscar una solución médica que resuelve en pastillas que estabilicen sus sentidos, pero la advertencia que le dan es que su empatía podría salir perjudicada.


Apichatpong viajó a lo largo de Colombia hablando con expertos de todo tipo, de todas las áreas, para así aprender sobre el país que abrazó la serpiente y sirvió de inspiración para el pueblo ficticio de los Buendía, así como la propia Jessica a lo largo del metraje. Por lo que podríamos afirmar que, al igual que el resto de la filmografía de Joe, esta película parte de un interés y un problema personal. El realizador también tuvo este fenómeno de escuchar una explosión, que se llama síndrome de la cabeza explosiva, sin embargo, esta película tiene una explicación al fenómeno que excede la mirada científica.



En la última secuencia, cuando Jessica habla con el avejentado Hernán que confiesa tener una memoria impecable, primero intenta darle las pastillas que le recetaron a ella para estabilizar su problemática mente. Desde que escuchamos la explosión por primera vez en la película, que debe ser el sonido más catastrófico habido y por haber en la filmografía de Joe, una suerte de ruido blanco nos acompaña en la banda sonora, con pequeñas fluctuaciones. Sin embargo, en la escena final, cuando Jessica y Hernán se tocan los brazos, ella se percata de una cosa: la empatía que las pastillas iban a quitarle, funciona como una antena que capta señales del pasado, pero no suyos, ajenos. Apichatpong, mientras recorría estas tierras fue comprendiendo lentamente qué tipo de sangre había por las calles, los senderos, y los ríos de Colombia. Este mismo proceso fue el que le permitió a Jessica entrar en contacto con el pasado violento del país, pero solamente puede escucharlo. El sonido en ese momento adquiere una doble naturaleza, una de objeto, porque proviene de alguna parte, en este caso de un golpe contundente contra alguien, y de la memoria, ya que es un ataque ocurrido en el pasado. Regresando al diálogo de Jessica “Es como un golpe proveniente del centro de la Tierra”: podemos entender, entonces, que la memoria está en todas partes, está en todos los objetos que van a permanecer cuando el genoma humano perezca, porque está en el planeta mismo, que todo el tiempo transmite una señal y que es cuestión de recibirla.



Otro cuento de Borges que reflexiona sobre la memoria, en este caso como una forma de transmisión, es La memoria de Shakespeare, de la última colección de cuentos del escritor. En este cuento, un hombre recibe de herencia, a partir de la palabra, los recuerdos de William Shakespeare. Sin embargo, como se ve en el relato, en algún momento, las pequeñas dosis de pasado incontrolable terminan abrumándolo al punto de querer deshacerse de ellas. Haciendo caso omiso a la posibilidad del ensalzamiento de la figura de Shakespeare, como una figura excepcional con una percepción sensorial inabarcable. La otra reflexión que brota es la de la insistencia de la memoria: el eterno recordatorio que abruma y cansa, un pasado que vuelve para castigar a los que recuerdan.


Jessica capta e internaliza unas memorias ajenas que le permiten comprender el espíritu del país, pero sin la precisión excesiva de Hernán o de Funes que inutilizan sus capacidades cognitivas, es decir que ella no es presa de los ciclos infinitos. En palabras del propio Hernán cuando Jessica capta la señal “estas no son tus memorias”. Jessica se convierte en el recordatorio constante de que sólo podemos hacerle frente al olvido a través de la memoria, pero también que recordar implica dejar un par de cosas en el camino.


Ignacio Ortiz


Bibliografía


  • Saussure, Ferdinand (1916). Curso de lingüística general. Buenos Aires: Editorial Losada.

  • García Márquez, Gabriel (1967). Cien años de soledad. Buenos Aires: Editorial sudamericana.

  • Borges, Jorge Luis (2011a). Obras completas 1. Buenos Aires: Editorial sudamericana.

  • Borges, Jorge Luis (2011b). Obras completas 3. Buenos Aires: Editorial sudamericana.


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