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La duplicidad en Hombre mirando al sudeste

  • María Eugenia Pérez Concetti
  • 13 dic 2024
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 3 ene



Locura, vida extraterrestre y literatura son algunos de los tópicos que recorre la película argentina Hombre mirando al sudeste, escrita y dirigida por Eliseo Subiela, estrenó en el año 1986, en un país de postdictadura y posguerra de Malvinas. Los efectos de estos hechos se anudan al argumento, aunque no de manera explícita, sino como un clima social que se puede percibir. 

La película comienza con Julio Denis, un médico psiquiatra, frente a un nuevo paciente que narra el pacto suicida que hizo con su esposa y que resultó fallido porque solo ella alcanzó la muerte. El médico lo escucha como quien está donde no quiere estar: pensando en otras cosas. Vemos lo que piensa: un saxo, instrumento que él toca, y también la obra pictórica Los amantes de René Magritte, con la particularidad de que la pintura aparece en movimiento, como si en la imaginación del médico esta obra cobrase vida. Esta escena inicial revela que el médico está cansado de lo rutinario y descreído de su trabajo. Se pregunta, también, mientras no escucha al paciente: “¿Quién le dijo a este hombre que yo lo puedo curar?”

Sin embargo, un día ingresa al hospital un paciente que no será como los demás pacientes y es ahí cuando se quiebra la cotidianidad. Se trata de un hombre que dice llamarse Rantés, venir de otro planeta y tener una misión en la tierra: combatir la estupidez humana.

En un primer momento, y por hábito, Julio toma a Rantés como un loco más de los que llegan cada día, pero rápidamente ocurre un cambio en él. Es interesante cómo esto se expresa, ya que el médico hace a un lado la idea de que Rantés es un paciente psiquiátrico, para empezar a integrarse a su misma lógica. Comienza a tomar como posibles los planteos y las teorías que Rantés hace y expresa, aunque podemos decir que va más allá de eso porque comienza a pensar como él. Quizás esto ocurra tras ese pedido que le hace Rantés: “No quiero que me cure, quiero que me entienda”. A partir de esto, es que es válido preguntarnos si este cambio de actitud del médico responde a una cuestión ética y a una estrategia clínica, o si en verdad opta por ingresar en la misma lógica de su paciente porque él mismo está loco, o por aburrimiento, o por interés personal. Podemos dudar si lo hace por un deseo genuino de lograr un bienestar para Rantés, pero no podemos pensar que no lo hace, en gran medida, por sí mismo. El médico, un hombre solitario que pasa sus tiempos libres tocando el saxo, bebiendo whisky y mirando viejos videos familiares, encuentra en Rantés algo que creía perdido: la capacidad de sorprenderse. Rantés le da presente, a él, que vivía en y del pasado.





En la obstinación de Julio por comprender al paciente es que va barajando teorías en base a las conversaciones que mantienen, en las cuales Rantés demuestra ser un gran conocedor de distintas disciplinas. Es así que por los conocimientos que pareciera tener en física, Julio llega a preguntarse si es un físico, pero al mismo tiempo concluye de que el hecho de poseer ciertos conocimientos en la materia no lo convertiría necesariamente en físico; quizás Rantés sea un escritor o un lector, es decir, dice Julio:  “Alguien que tiene información sobre ciertos fenómenos y a partir de eso formula una historia. Alguien que maneja esa información con fines no científicos”.  En esta escena es donde Julio cree sentir un eco literario a partir de recordar que lo que le había mencionado Rantés acerca de unos hologramas se asemeja a algo presente en un libro de ciencia ficción que alguna vez leyó: La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. 

La literatura es un elemento por demás presente en la película, incluso antes de la escena anteriormente narrada. El nombre de Julio Denis es tomado del personaje del cuento El perseguidor de Julio Cortázar, un personaje que también toca el saxo. Por otro lado, el pabellón en el que Rantés se ubica es el N.º 6, guardando correspondencia con el cuento Pabellón N.º 6 de Antón Chéjov,  cuya historia también tiene lugar en un manicomio. 


Las referencias literarias en la película podrían responder únicamente a un deseo del director de realizar guiños con este otro lenguaje artístico, pero lo cierto es que decir esto resultaría incompleto por dos grandes motivos: porque es fácilmente rastreable la afición de Subiela por la literatura y porque, por otro lado, uno de los binarismos con los que la película viene a discutir es el mismo con el que discute la Literatura: el de Verdad- Mentira. 

Como en la Literatura, en Hombre mirando al sudeste no importa que las cosas sean verdaderas o falsas, lo que interesa es que todo lo que está puesto allí está puesto por algo, las cosas son reales y verdaderas en tanto cumplen una función, crean un sentido y una, o más de una, realidad posible. Cuando Julio dice que no pueden ser las dos cosas: que Rantés sea un extraterrestre y que también sea un loco, quizás sea allí donde deberíamos decir que sí: sí puede ser. La película se encarga de hacer esta maniobra; ambos escenarios, o todos los escenarios, son posibles porque existen algunos elementos para confirmarlos y no existen otros elementos que deberían existir para poder desmentirlos. Los elementos irracionales y fantásticos se vuelven verosímiles porque existen otros racionales que le dan un marco de probabilidad.




A través de distintas entrevistas realizadas a Elíseo Subiela es que se conoce la influencia que ha tenido la Literatura en su vida personal y en su obra artística. André Breton y especialmente el Manifiesto Surrealista ha sido decisivo para la escritura de sus películas. Nancy Membrez, la última persona en entrevistar a Subiela, ha dicho de este: “... le fascina la locura por las mismas características que les atribuye André Breton a los locos: la imaginación libre, la originalidad, la creación de un mundo propio aunque sea monomanía”. Cuando Julio se pregunta si Rantés no será un escritor, quizás tan confundido no estaba; un loco y un escritor tienen en común la posibilidad de crear un mundo, otro mundo. 

Borges, Stevenson, Rimbaud, Piglia, Ocampo, entre otros, han trabajado en su obra con el “Mito del Doble” literario, entendiendo a este como la posibilidad de que un personaje presente una duplicidad o un desdoblamiento, produciendo un descreimiento del “Yo” como unidad. La figura más representativa  es la del cuento de Stevenson, Doctor Jekyll y Mr Hyde, el bueno y el malo, es decir, dos personajes completamente opuestos, pero no es la única manera en la que el Mito puede aparecer.  Otra forma es la que aparece en Hombre mirando al sudeste. Julio representa la cordura y Rantés la insania, así como también lo humano y lo alienígena, respectivamente, pero se puede ir un poco más allá.  Por ejemplo, lo que vemos en la obstinación de Julio en dar con el pasado de Rantés, siendo él mismo un esclavo de su pasado, así como también la persistencia en encontrar rastros de sentimientos en Rantés, cuando también él parecería carente de sentimientos. Como si de un juego de espejos se tratara, Julio se excede en lo que Rantés parece no tener, así como también Julio quiere encontrar en Rantés, lo que Rantés quiere despertar en Julio. Ambos personajes no se visualizan como el “bueno” y el “malo” de Stevenson, sino más bien como semejantes, cuyas esencias parecerían entrecruzarse. Esto es posible porque el médico, como ya hemos dicho, lejos de querer erradicar las certezas de Rantés, comienza a creer en su palabra y a poner en dudas su propio saber. 

El final de la película comienza a tener lugar a partir de que Rantés es forzado a recibir un fuerte tratamiento farmacológico, provocando el cese de su actividad en todo sentido. Lo interesante aquí es que este aplastamiento es transferido a Julio, como si, nuevamente, uno y otro fueran el mismo. Sin la producción de Rantés no hay nada, no hay película. La vida de Julio se vuelve, otra vez, aburrida.





En una de las escenas finales, el médico encuentra una foto de Rantés que le falta un retazo, como si se hubiera recortado a alguien. Denis interroga a Rantés sobre esta foto; le pregunta cuándo fue tomada y quién es la persona que se encontraba en la parte rota, si se trata de su mamá o de su papá. Le pregunta quién era su papá, si era alcohólico, y si eso que se ve era el jardín de su casa. La insistencia de Julio por comprender quién era Rantés se hace visible a lo largo de toda la película, pero en esta instancia se suma la imposibilidad, o la decisión, de Rantés de ya no hablar, por lo que todas esas preguntas de Julio quedan sin responder. La aparición de la foto, lejos de servir para afirmar o para tirar por tierra teorías sobre la historia de Rantés, parecerían más bien brindarle a Julio cierta calma en saber que, como a él, a todos los hombres los atormenta su pasado.  



Por María Eugenia Pérez Concetti



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